El cine español está de enhorabuena. Cada vez más películas se alejan de la típica estructura y temática de nuestros largometrajes y se animan a innovar y a ofrecer historias más profundas, reflexivas y originales. Ese es el caso de El páramo, una película de miedo ligero y suspense que incomoda al espectador a cada minuto, ya sea por algunas de sus explícitas y perturbadoras escenas o por el cada vez más pesado ambiente que se va generando en la cinta. Asimismo, es de agradecer el estreno de producciones que permitan a la audiencia interpretarlas a su manera, extrayendo aquello que consideren según su conocimiento, aprendizaje y contexto.
Desde el punto de vista visual y narrativo, la cinta sigue una curva ascendente hacia la crudeza y la aparente locura, apoyada por miradas y silencios inquietos y por la fuerza interpretativa de Inma Cuesta y Asier Flores, madre e hijo en la película.
Además, esta cinta trata un tema atemporal ligado a la naturaleza humana y con una enseñanza muy valiosa para hacer frente a la vida y a los supuestos peligros que nos rodean.
Me es casi imposible seguir hablando de la película sin entrar en ligeros spoilers, de modo que el siguiente párrafo es la reflexión e interpretación personal de la cinta, de la que espero no andar muy desencaminado. Así pues, aviso de que a continuación puede que lo que diga sea objeto de destripe de la trama. Quedan avisados.
Los pilares fundamentales sobre los que se erige la trama son problemas y circunstancias que a día de hoy están más presentes que nunca en la sociedad y a los que se le otorga mayor importancia y visibilidad que en tiempos pasados, como son la soledad, el miedo y la depresión. Estos estados envuelven a la persona afectada hasta el punto de llegar a distorsionar la realidad, pues dicha persona se queda enfocada y atada a todos los elementos negativos que la rodean, siendo devorada por ellos, sintiéndose indefensa y sin capacidad para luchar. Sin embargo, dicha capacidad existe, pero al verse rodeada por esos pensamientos dañinos parece que no y, por tanto, la persona no se arriesga a fortalecerse, luchar y ganar. La victoria radica en ese proceso de fortalecimiento, que actualmente es apoyado por psicólogos, psiquiatras e incluso amigos y familia, de quienes no se debe depender, pero sí aceptar su ayuda, pues la victoria reside en la fuerza interior de quien se encuentra atrapado en el aparente hoyo de desesperación.
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