Las contradicciones e injusticias de la guerra, sea cual sea el bando, constituye el tema más notable de este drama bélico que utiliza el romance como trama principal para conectar con las emociones del espectador y para reflexionar sobre los horrores no solo de la guerra, sino también de la sociedad y de la humanidad.
Su extensa duración se torna fatigosa al centrarse demasiado en los sentimientos románticos de los protagonistas de manera innecesaria, pues a pesar de ello, solo llegan a interesar mínimamente. Esto se debe a la perfección con que trata la odiosa naturaleza de cualquier conflicto bélico, independientemente de las ideologías que se enfrenten, logrando así una profunda reflexión sobre la nula necesidad de guerras y sobre el interés escondido en ellas.
En este caso, la película se ambienta en la guerra civil rusa, en la que su objetivo real fue sustituir a unos asesinos (los zares) por otros. Esta consecuencia retrata a ambos bandos enfrentados (rojos y blancos) como iguales: una representación del mal de la humanidad. Debido a ello, el espectador se ve obligado a reflexionar sobre sus mandatarios y sobre su organización política, social y económica con el fin de imaginar los cambios necesarios para mejorar el bienestar personal y social.
Actualmente, el tratamiento de este conflicto nos hace reflexionar sobre la guerra entre Rusia y Ucrania, la cual se muestra innecesaria y retrata a los gobernantes rusos como lo que han sido desde siempre: asesinos. Pero no conviene tildar de asesinos solo a ellos, sino a todos los líderes que instan a su pueblo a pelear. En la guerra no hay luces ni sombras, todos son iguales. Aunque este río de reflexión requiere una cuña, pues un país tiene derecho a defenderse de los ataques enemigos y si en esa defensa deben matar a otros y convertirse en asesinos, ¿se podrían justificar dichas acciones si son originadas debido a la supervivencia y a la lucha por el propio hogar?
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