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Un retrato intimista ante un juego de expectativas │ Avatar (2009)

Acostumbrados a blockbusters de acción sin ton ni son, nos extraña ver una película como Avatar, cuyo mensaje ecológico impregna toda la cinta y se erige como el único tema importante que actúa como hilo conductor. Debido a ello, Avatar no debe verse como una película más, si no como una reflexión íntima de nuestra relación con el medioambiente y de nuestra conexión ancestral original con la madre naturaleza.

Por tanto, no nos encontramos únicamente ante una simple película visualmente espectacular, si no ante un retrato profundo del desequilibrado papel de la humanidad en el medio y, por ello, la cinta se vive intimista, cercana y personal, a pesar de ser una enorme producción audiovisual con uno de los mejores efectos digitales de su época y que a día de hoy todavía asombran.

Ambos apartados (el visual y el narrativo) se tornan contradictorios, pues al verla en el cine se disfruta esa calidad gráfica de los efectos digitales, pero decepciona su parte narrativa, que debe hacer uso de escenas lentas y aparentemente infantiles que recorren los distintos escenarios de Pandora para otorgarle a la naturaleza la importancia que merece. Sin embargo, al verla en la televisión del salón de casa, conectas mejor con su mensaje, pues las expectativas visuales decrecen y solo importa el fondo, convirtiéndose así en un mensaje muy íntimo entre el yo y la naturaleza y nuestro papel en ella.

Estas dos experiencias no son excluyentes, si no complementarias y permiten hablar del papel que juega las expectativas cuando nos acercamos a una sala de cine, en la que generalmente buscamos divertirnos o empatizar con sus personajes. Dependiendo de tu estado emocional y de las circunstancias que te rodeen, vivirás el momento de ver una película de una manera u otra y ello afectará a tu opinión global de la cinta. De Avatar se esperaba "algo" que no llegó a concebirse en la mente de muchas personas que la vieron en su estreno, pero una vez vista, puedes volver a acercarte a ella mirándola de otra manera y, esta vez sí, disfrutándola.

Avatar está repleta de magia que necesita de un espectador concienciado con su medio para poder ser observada. Si conectas con su mensaje, conectas con el resto de la película, pues es vital entrar en el mundo que cualquier historia ofrece para atender a sus numerosos detalles.

Sabemos de sobra que visualmente es espectacular, pero cabe resaltar el uso del color en varias escenas nocturnas (tanto en aquellas más lentas como en las de acción) y la suave interacción entre un personaje creado digitalmente y un humano, haciendo a los Na'vi (los seres azules) reales en la cabeza de los espectadores.

De lo que no se habla tanto es de su potente mensaje, que claramente insta a incorporar un estilo de vida vegano a nuestro quehacer diario. El veganismo no solo se refiere a no consumir ningún producto de origen animal, sino a actuar con responsabilidad y respeto hacia la naturaleza y sus habitantes, evitando el dolor y la muerte de otros seres en todo momento y evitando adquirir productos de empresas que causen desastres ecológicos y medioambientales y realicen pruebas con animales.

Además, la cinta también habla de la diversidad, de que todos somos uno y todos venimos del mismo lugar, sean cuales sean nuestras diferencias físicas, culturales, lingüísticas, geográficas o sociales, y por tanto debemos apoyarnos entre nosotros para avanzar hacia un futuro igualitario en sintonía con el medio.

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