Cuatro personajes en un coche compartido es lo necesario para poner en marcha un mecanismo que pretende llevarlos por un camino de verdad, de descubrimiento y de realidad. Sin embargo, como en toda película de este director, el proceso nunca es sencillo.
Como acostumbra Alex de la Iglesia, la historia comienza como un plácido y cotidiano sueño que poco a poco va escalando hasta convertirse en una pesadilla donde surgen sus característicos giros y planos de cámara, no tan caóticos y asfixiantes como en sus anteriores películas, usando planos no demasiados cerrados, sino más bien simpáticos con el espectador debido al carácter cómico de la cinta. De esta manera, va creando una historia en la que lo blanco y lo negro dan lugar a grises que se entremezclan y forman una representación perfecta del verdadero ser de la sociedad.
Este tema suele ser recurrente en su filmografía, en la que muchos de sus personajes deben enfrentarse a situaciones que les hacen desprenderse del papel social que ellos mismos se han atribuido (o que otros le han asignado) para mostrarse desnudos (reales) con el fin de afrontar el designio que merecen debido a su auténtica moral.
Esta desnudez suele ser más evidente en aquellos personajes considerados "buenos", mientras que los que denotan características "malvadas" no necesitan dicho proceso, pero aun así influirán en los demás, ayudándoles a mostrarse reales. Esta realidad de la humanidad, Alex de la Iglesia la percibe como maldad, como una voz egoísta que manda sobre el ser. Su visión es fatalista; su esperanza por la humanidad, nula. Y a pesar de ello, todos nos vemos reflejados en esos personajes, en esa evolución hacia la locura, en sus pasiones y ambiciones y en su codicia e individualismo. No queremos ser ellos, pero sabemos lo que en verdad somos y lo que podemos llegar a ser.
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