El efecto de las decisiones desacertadas y la necesidad de distancia entre los medios artísticos │ A Chorus Line (1985)
A Chorus Line nació en 1975 como un teatro musical que llegó a alcanzar un éxito inesperado al conseguir un gran número de premios Tony y al representarse durante quince años seguidos, desbancando el recorrido del musical de Grease.
Este prometedor inicio llevó al espectáculo a viajar alrededor del mundo siendo conocido en otros países además de en Norteamérica. Viaje que sigue aún hoy en día en España donde hace dos años se estrenó su nueva producción de la mano de Antonio Banderas, quien pretende revivir en estos próximos años los famosos musicales de Broadway desconocidos en el país, como Company, su nueva gran producción musical con música y letra del alabado Stephen Sondheim.
Ya hemos visto como A Chorus Line ha funcionado y sigue funcionando genial en sus distintas producciones teatrales. El principal motivo de ello, según mi visión del teatro y del teatro musical en específico, es la buscada conexión emocional que se logra con los personajes. Esta conexión es fundamental en cualquier representación teatral, especialmente en obras dramáticas y musicales, sobre todo en estas últimas, donde las canciones y los bailes surgen cuando no se puede expresar lo que se siente con simples palabras. En este sentido, A Chorus Line debería ser un musical perfecto para ello pues nos cuenta la historia de un grupo de bailarines que se presentan a una audición de un espectáculo de Broadway mientras que, a lo largo de la misma, vamos conociendo en profundidad a los personajes, sus motivaciones y las razones por las que empezaron a dedicarse a la danza.
Un buen musical debería ser capaz de crear esa conexión emocional con los personajes, construyendo sus personalidades a través de las distintas canciones e interpretaciones. Sin embargo, la adaptación al cine de A Chorus Line se muestra superficial, con interpretaciones poco naturales y con un enfoque terriblemente desacertado.
Es obvio que dirigir una película no es lo mismo que dirigir una obra de teatro musical. En ambos casos hay que atender a aspectos completamente diferentes tanto para transmitir de manera adecuada los distintos mensajes que esconde la trama como para encender determinadas emociones en el espectador. Que la historia ocurra sobre un escenario no es motivo suficiente para descuidar el resto de elementos cinematográficos, a pesar de observar algunos intentos (contadas escenas) por diferenciarse de una grabación profesional que pudiera hacerse en un teatro, como, por ejemplo, la grabación de Hamilton (2020).
Así pues, la película plantea unos personajes muy interesantes, entre los que destaca Zack (Michael Douglas), coreógrafo y director del musical al que se presentan los bailarines, cuya labor consiste en seleccionar a aquellos que sean idóneos para los papeles por los que audicionan. Conforme avanza la película, se espera que conozcamos mejor a Zack en alguna escena en la que cante y baile (habiendo momentos muy oportunos para, al menos, intentar algún leve movimiento de danza), pero sólo se dedica a ser el director de casting. Además, su personaje parece tener una mayor profundidad, pero se queda a medio gas, como ocurre con el resto de personajes, cuyas interpretaciones no son nada remarcables, como tampoco lo son los números musicales, a excepción de algún plano que utiliza los espejos ubicados en la parte de atrás del escenario. Por desgracia, ni las escenas musicales ni esos planos destacables parecen lograr el resultado esperado debido a la mala dirección y gestión de la cinematografía de la película.
A pesar de todo, el musical puede ser disfrutable y entretenido gracias a algunos números musicales que permiten al espectador distraerse mientras la película avanza, escondiendo así ciertos desperfectos y mostrando otros tantos. Entre estos números musicales, sobresalen "I Hope I Get It", el número inicial, que establece la base de la trama; "I Can Do That", una de las canciones más divertidas; y los números de la segunda parte de la película como "Surprise, Surprise", "Nothing" y "One". Además, debo destacar el número de "What I Did for Love", el cual debería ser un momento de gran importancia en el que el personaje que canta se abre completamente al espectador, pero toda esa fuerza emocional se ve empequeñecida debido a la mala decisión de entrelazar esta canción con el número de claqué "The Tap Combination".
Por todas las razones aquí expuestas, parece que la mejor manera para disfrutar de este espectáculo como se merece debe ser como nació: en un teatro.
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