Alex de la Iglesia escapa de los monstruos ficticios y de la exhibición de lo visualmente asqueroso y repugnante para adentrarse en una pesadilla ambientada en el mundo real, con sus monstruos reales y sus conductas repulsivas. Cuatro personajes en un coche compartido es lo necesario para poner en marcha un mecanismo que pretende llevarlos por un camino de verdad, de descubrimiento y de realidad. Sin embargo, como en toda película de este director, el proceso nunca es sencillo. Como acostumbra Alex de la Iglesia, la historia comienza como un plácido y cotidiano sueño que poco a poco va escalando hasta convertirse en una pesadilla donde surgen sus característicos giros y planos de cámara, no tan caóticos y asfixiantes como en sus anteriores películas, usando planos no demasiados cerrados, sino más bien simpáticos con el espectador debido al carácter cómico de la cinta. De esta manera, va creando una historia en la que lo blanco y lo negro dan lugar a grises que se entremezclan y forman