Desde siempre me han interesado esas películas cuyos protagonistas sienten cierta rebeldía contra el modelo político, económico, social o religioso de la época en la que se encuentran, siempre que esa rebeldía esté bien argumentada y apoyada en ciertas ideas morales. En este caso, la rebelde es una joven monja y la película nos cuenta su historia durante el transcurso de sus días en el convento.
Un largometraje francés ambientado en el siglo XVII que empieza como una película antigua y aparentemente aburrida pero cuya historia mantiene al espectador con la atención necesaria para ver qué ocurre en la trama. Una película que, desde mi humilde opinión, busca la crítica a este modelo religioso, el cual persiste en nuestros días y, a pesar de su gran número de seguidores, cada vez se encuentra más y más anticuado.
Una escenografía que no resalta en gran medida, pues la atención la requiere Pauline Étienne, quien interpreta a la joven monja Suzanne Simonin. Una actuación que, junto a las actrices que interprentan a las abadesas de los conventos, suple el espacio vacío de una típica película de época, pues el dolor y el malestar causado por aquellas personas que ostentan el poder de los conventos y que se oponen al pensamiento rebelde de esta joven es transmitido de forma que hace que seas partícipe de su nefasta e injusta situación. No es una película para disfrutar, sino para pensar y reflexionar y para conocer como actuaba la Iglesia antiguamente.
Una película dramática con un cierto parecido a Invencible de Angelina Jolie al mostrar a un personaje reprimido por personas que tienen más poder que él. Una represión que atormenta al personaje protagonista, el cual intenta salir de esa situación cuanto antes.
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