La nueva película de Jaime Llorente lo coloca como trabajador en una organización de trata de mujeres. Durante ese trabajo descubriremos la vida pasada de su personaje y los pensamientos que le sobrevuelan a medida que pasa el tiempo en esa organización. La actuación de Jaime en la serie La casa de papel (2017-2021) ya dio mucho que hablar y, ante esta película, esperábamos el mismo registro y poca capacidad de adaptación en cuanto a exteriorizar las emociones y los pensamientos del personaje. Todo lo contrario. Jaime es capaz de mostrar esa evolución interna y nos facilita empatizar con todo lo que va ocurriendo a su alrededor.
El tema principal se basa en la crítica a las personas que están detrás de la trata de mujeres desde la visión de Germán (Jaime Llorente), poniendo más el foco en él y en su contexto que en las que deberían ser las verdaderas protagonistas de la historia: las mujeres obligadas a prostituirse para pagar su libertad. Este error conceptual intentan justificarlo con el personaje de Alina (Iona Burgarin), una de esas mujeres procedente de Rumanía que comparte cierto protagonismo con el personaje de Jaime. Sin embargo, su papel representa y muestra de manera muy superficial la rabia, el deseo y la molestia de todas esas mujeres a las que no se les deja tener otra salida.
Germán y Alina responden ante un jefe, que en este caso se trata del excelentísimo Roger Casamajor en el papel de Cacho, el chulo de la red de prostitución. Su manera de actuar siempre es un deleite para cualquier espectador y lo es más al ver las decisiones que ha tomado para darle forma a este personaje tan oscuro, debiendo cuidar su voz más de lo normal para conseguir esa voz rasgada de tanto vicio y celebración. No es cómodo de escuchar pero la película tampoco quiere que estés cómodo viéndola y, a pesar de ello, el ritmo lento y tranquilo que ofrece la cinta permite siesta.
Es la segunda película de su director, Lino Escalera, después de No sé decir adiós (2017), por la que ganó el premio Feroz a mejor película dramática y por la que Nathalie Poza ganó el Goya a mejor actriz protagonista.


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